Cartas

Mi muy amado Don Gaspar:

Cuando leo en las cartas de Ud. el dichoso éxito de las mías, prende en mi espíritu una llama de afectos contrarios, de los cuales la encienden unos mientras la apagan otros. Valiente con la prosperidad de mi empresa, me prometo continuarla con fervor, con exactitud; pero al levantar los ojos hacia la magnitud del objeto y al volverlos después hacia la pequeñez de la estatura de quien osa mostrarlo por su propio brazo a aquellos que sólo se complacen en ver lo que se eleva demasiado, he aquí un hombre cobarde, abatido.

… De las maravillas de la Beata sólo participo la asidua continuación de sus Ejercicios en Buenos Aires. Un amigo verídico que vino el día pasado de esa ciudad, me informó de su certidumbre, exponiéndome que los que dieron en pocos días que estuvo allí, fueron tan copiosos como los primeros. En una sola semana (me asegura) entraron 370 personas, siendo su número casi igual, más o menos, en los antecedentes con común beneplácito de todo el pueblo, del clero y de Su Excelencia, conocido promotor de ellos. Ya Uds. pueden deducir el celo infatigable de esta Heroína de la gracia, que se inflama no sólo a proporción del fruto abundante que recoge, sino también de la posibilidad en adquirirlo, a lo que nadie ha puesto límites. Si no me asistiera un conocimiento práctico de lo vasto de su genio, y de la perfecta analogía que tiene con el de nuestro gran Padre San Ignacio, no escribiría con satisfacción tan intrépida. Digo con verdad que la grandeza de su alma debe de estar muy mortificada en el corto recinto de su cuerpo. Si yo llegara a ser predicador de sus proezas (no desespero) sólo con este lema ad majorem Dei gloriam (para la mayor Gloria de Dios) que San Ignacio le dejó en herencia, podría llenar la idea gallarda de su vida. El tiempo desempeñará cuanto vaticinan la heroicidad de sus virtudes y sus prodigios. Mas, ¡ay!, sólo un desconsuelo me yela (hiela) el corazón, que cambia en tristeza el gozo con que acabo de explicarme, y es que cuando nuestra Beata dé otro vuelo más rápido a su misión, cuando se vea el cumplimiento de ciertas profecías suyas, o cuando termine la carrera de su gloriosa vida, ya nos habrá arrebatado la muerte a cuantos deberíamos ser testigos y admiradores de esta grande alma. Este lúgubre pensamiento que me preocupa en nada disminuye mi esperanza de que a los menos nos conservará aquellos que su misericordiosa Providencia reserve para crédito efectivo de sus designios.

Ya he dicho, y me ratifico en ello mil veces, que uno de los que ha manifestado nuestra Beata es la restitución de Uds. por más impedida que se halla con los obstáculos que indica la política del siglo demasiado ignorante de los arcanos del Altísimo. Si Uds. la hubiesen oído hablar como yo en este asunto, que ella denomina con gracia “su gran negocio”, echaría otras raíces su esperanza. Fuera de que no está prohibido esperar contra la esperanza misma. Todavía debe ésta crecer, si dirigimos la reflexión a otros objetos. He aquí unos pensamientos que consuelan.

La existencia de la Compañía en la Rusia es indubitable, igualmente lo es su actual propagación, como Ud. me instruye, que ha suscitado nuestro júbilo. El Sumo Pontífice cree Ud. que le es propicio…

… B.l.m. de Ud. su afmo. hijo y discípulo que ver le desea.

Ambrosio Funes.

P.D: La Madre Beata no me ha escrito hace mucho.