- Carta 2 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 7/ago/1780
- Carta 3 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 9/oct/1780
- Carta 4 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 28/nov/1780
- Carta 5 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 15/mar/1781
- Carta 6 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 16/sep/1781
- Carta 7 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 28/nov/1781
- Carta 8 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 16/ene/1782
- Carta 9 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 8/jul/1782
- Carta 10 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 5/sep/1782
- Carta 11 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 7/sep/1782
- Carta 12 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 25/ene/1783
- Carta 13 - De Mama Antula para el P. Diego Toro - Buenos Aires - 1/oct/1783
- Carta 14 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 6/dic/1783
- Carta 15 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 2/feb/1784
- Carta 16 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 6/ago/1784
- Carta 17 - Del P. Gaspar Juárez para Desconocido - Roma, Italia - 8/sep/1784
- Carta 18 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 7/oct/1784
- Carta 19 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 2/dic/1784
- Carta 20 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 7/dic/1784
- Carta 21 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 10/dic/1784
- Carta 22 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 16/mar/1785
- Carta 23 - De Mama Antula para Desconocido - Buenos Aires - 23/mar/1785
- Carta 24 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 29/mar/1785
- Carta 25 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 15/may/1785
- Carta 26 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 26/may/1785
- Carta 27 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 12/jul/1785
- Carta 28 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 17/ago/1785
- Carta 29 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 22/ago/1785
- Carta 30 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 9/sep/1785
- Carta 31 - De hna. Teresa de Jesús para Desconocido - Buenos Aires - 29/dic/1785
- Carta 32 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 4/ene/1786
- Carta 33 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 16/ene/1786
- Carta 34 - Del P. Juan de Prado para Desconocido - Buenos Aires - 8/abr/1786
- Carta 35 - Del P. Gabriel Lenkiewicz para Mama Antula - Poloch, Rusia - 18/abr/1786
- Carta 36 - De Desconocido para Desconocido - Buenos Aires - 29/jun/1786
- Carta 37 - Del P. Ignacio Rhomberg para Mama Antula - Roma, Italia - 30/jun/1786
- Carta 38 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 6/jul/1786
- Carta 39 - Del P. Pedro Francisco de Uriarte para Desconocido - Buenos Aires - 7/sep/1786
- Carta 40 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 23/oct/1786
- Carta 41 - De Mama Antula para Desconocido - Buenos Aires - 16/nov/1786
- Carta 42 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 5/dic/1786
- Carta 43 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 14/dic/1786
- Carta 44 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 7/mar/1787
- Carta 45 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 6/jun/1787
- Carta 46 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 6/ago/1787
- Carta 47 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 7/ago/1787
- Carta 48 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 12/sep/1787
- Carta 49 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 13/nov/1787
- Carta 50 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 19/nov/1787
- Carta 51 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 4/dic/1787
- Carta 52 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 5/dic/1787
- Carta 53 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 8/may/1788
- Carta 54 - De Ambrosio Funes para Ramón Olmedo - Córdoba - 6/jun/1788
- Carta 55 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 3/jul/1788
- Carta 56 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 6/ago/1788
- Carta 57 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 5/sep/1788
- Carta 58 - Del P. Francisco Urías para Ambrosio Funes - Ravenna, Italia - 5/sep/1788
- Carta 59 - De Isidro Lorea para el P. Diego Iribarren - Buenos Aires - 1/oct/1788
- Carta 60 - Del P. Miguel de Moral para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 2/oct/1788
- Carta 61 - Del P. Gaspar Juárez para Isidro Lorea - Roma, Italia - 8/may/1789
- Carta 62 - Del P. Francisco Urías para Ambrosio Funes - Ravenna, Italia - 5/jul/1789
- Carta 63 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 8/jul/1789
- Carta 64 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 8/sep/1789
- Carta 65 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 20/sep/1789
- Carta 66 - De Ambrosio Funes para el P. Gaspar Juárez - Córdoba - 1/nov/1789
- Carta 67 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 12/ene/1790
- Carta 68 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 11/may/1790
- Carta 69 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 6/jul/1790
- Carta 71 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Colonia, Uruguay - 3/ene/1791
- Carta 70 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 18/ene/1791
- Carta 72 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 10/may/1791
- Carta 73 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 12/jul/1791
- Carta 74 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 14/sep/1791
- Carta 75 - De Desconocido para Desconocido - Faenza, Italia - 16/nov/1791
- Carta 76 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 10/jul/1792
- Carta 77 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 27/ago/1792
- Carta 78 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 9/sep/1792
- Carta 79 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 12/sep/1792
- Carta 80 - Del P. Gabriel Lenkiewicz para Desconocido - Poloch, Rusia - 2/nov/1792
- Carta 81 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 6/nov/1792
- Carta 82 - De Mama Antula para el P. Gaspar Juárez - Buenos Aires - 21/nov/1792
- Carta 83 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 15/ene/1793
- Carta 84 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 10/jul/1793
- Carta 85 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 26/sep/1793
- Carta 86 - De Mama Antula para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 26/sep/1793
- Carta 87 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 12/nov/1793
- Carta 88 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 8/jul/1794
- Carta 89 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 10/feb/1795
- Carta 90 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 23/abr/1795
- Carta 91 - De Cornelio Saavedra para Mama Antula - Buenos Aires - 10/nov/1795
- Carta 92 - De Mama Antula para el P. Sebastián Malvar y Pinto - Buenos Aires - 12/nov/1795
- Carta 93 - De Pedro Joaquín de Murcia para el P. Manuel Azamor y Ramírez - Madrid, España - 16/abr/1796
- Carta 94 - De Prudencio Lazcano para Desconocido - Buenos Aires - 15/ene/1798
- Carta 95 - De Francisco Antonio Letamendi para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 26/jul/1799
- Carta 96 - De Francisco Antonio Letamendi para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 26/ago/1799
- Carta 97 - De Francisco Antonio Letamendi para Ambrosio Funes - Buenos Aires - 26/sep/1799
- Carta 98 - De Ambrosio Funes para el P. Diego León Villafañe - Córdoba - 14/dic/1799
- Carta 99 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 30/jul/1800
- Carta 100 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 10/mar/1801
- Carta 101 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 10/dic/1801
- Carta 102 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 10/ene/1802
- Carta 103 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 10/nov/1802
- Carta 104 - Del P. Gaspar Juárez para María Teresa Cañete - Roma, Italia - 15/ene/1803
- Carta 105 - Del P. Gaspar Juárez para Ambrosio Funes - Roma, Italia - 15/ene/1803
- Carta 106 - Del P. Diego León Villafañe para Ambrosio Funes - Tucumán - 11/may/1804
- Carta 107 - Del P. Carlos José Montero para el P. Benito Lué y Riega - San Isidro - 9/mar/1806
- Carta 108 - Del P. Diego León Villafañe para Ambrosio Funes - Tucumán - 20/feb/1816
Ficha Técnica
- Fecha: 7/sep/1786
- De: P. Pedro Francisco de Uriarte
- Para: Desconocido
- Desde: Buenos Aires
- Idioma: Italiano
Carta 39 - Del P. Pedro Francisco de Uriarte para Desconocido - Buenos Aires - 7/sep/1786
Del Presbítero Pedro Francisco de Uriarte, Capellán de la Casa de Ejercicios, a un sacerdote en Roma. El Padre Uriarte (primo del Padre Gaspar Juárez) se maravilla por la abundancia de alimentos de la casa de Ejercicios Espirituales, que la gente ha dado en llamar «La casa de la Providencia» y la que ha llegado a reunir a 500 personas durante 10 días, por lo que los ejercitantes han tenido que dormir en el suelo por falta de camas. Comenta el milagro de la multiplicación de los panes y se alegra por «la erradicación de todos los vicios y pecados» de los que los realizan y de que los jóvenes del virreinato «abracen con gusto la pobreza evangélica».
Buenos Aires, 7 settembre 1786.
Padre mio stimatissimo:
Mi prevalgo dell’occasione di trovarmi in questa Città, e nell’impiego di Cappellano della Casa degli Esercizi della Sig.ra Maria Antonia di S. Giuseppe, per poter goder della comunicazione per lettere con V.S., tanto tempo fa da me molto desiderata. Io mi portai in questa Capitale da S. Giacomo, nostra Patria, in compagnia d’una mia sorella per affari gravi d’interesse, ma era un altro destino a che mi portava la Divina Providenza. Trovomi dunque costituito presentemente per Cappellano di questa Santa Casa degli Esercizi, avendo rinunziato il Beneficio, o sia Parrocchia annessa alla Rettorale della nostra Patria, dove ero Parroco, ed avendo ancora rinunziato le promesse e l’onore di volermi portar seco Mons. D. Giuseppe Antonio di S. Alberto nella di lui promozione del Vescovado del Tucumán all’Arcivescovado della Plata, per dove già partì. Ringrazio infinitamente Iddio, che per la sua bontà e misericordia mi ha fatto infine conoscere esser vani, caduchi e fallaci tutti i beni, gli onori e le ricchezze di questo mondo, e mi ha fatto colla sua grazia prendere quella risoluzione di non attendere più ad altra cosa, che alla salvezza dell’anima mia ed a quella di miei prossimi.
Bisogna però confessare sinceramente a V.S. quale sia stata la sorgente di questo mio disinganno, e di tutto il mio bene a maggior gloria del Signore. Non è dunque stata certamente altro che gli Esercizi Spirituali di S. Ignazio, ed il vedere e l’osservare imolti e grandi prodigi che fa la Divina Maestà per mezzo di questa sua Serva colministero di questi Santi Esercizi in questa Capitale. Dacché sono qua venuto, sono restato quasi stupito al vedere ed osservare generalmente l’estirpazione di quasi tutti i vizi e peccati, che in questa Città impunemente dominavano; al vedere cogli occhi miei una quasi totale riforma di lusso e di vanità che regnava prima nell’un e nell’altro sesso; al vedere i molti giovani che avendo fatti i suddetti Esercizi nel più bel fiore della loro gioventù illustrati dal cielo e disingannati del mondo, abbracciano volentieri la povertà evangelica; al vedere i secolari medesimi dopo i suddetti Esercizi, menare una vita così esemplare, che servono di stimolo agli altri per mutare la loro vita sregolata; al vedere le donne del più alto rango ed anche quelle che erano più date alla maggior comparsa ed alla maggior vanità del mondo, uscite che erano dagli Esercizi, dare via pubblicamente i loro abbellimenti ed ornati più profani, sino a vendere i loro abiti di maggior gala; al vedere infine anche nel ceto ecclesiastico i Canonici, i Curati, e tutti gli altri Preti fare questi Santi Esercizi, con un profitto così particolare delle loro anime proprie, che si può dire che aspirano con ansietà alla perfezione più sublime, e con tant’utile del pubblico e dei fedeli, che di risulta hanno fatti dei lodevoli stabilimenti, come sono diverse Scuole di Cristo, e della buona morte, o siano Congregazioni ed altri Esercizi di pietà, dove faticano i suddetti sacerdoti con gran frutto dei cristiani nel Servizio Divino.
Il vedere dunque e l’osservare personalmente tutto questo e quello, che mi ha mosso principalmente a prendere seriamente la risoluzione da me fatta di non ritornare più alla Patria, né alla propria casa, né ai propri beni e parenti; anzi di rimandare la sorella a casa sua, rimanendo qui io solo, come sono rimasto col fine solo di consacrarmi a Dio tutta la mia vita nel santo ministero degli Esercizi Spirituali in compagnia della Sig.ra Maria Antonia di S. Giuseppe.
Se io volessi scrivere al C.S. in quest’occasione gli altri prodigi operati dalla Divina Onnipotenza per mezzo di questa sua Serva coi Santi Esercizi nelle altre città della Provincia, per dove ha fatto il suo giro, o sia escursione spirituale, quali sono S. Giacomo, S. Michele del Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, Rioja e Cordoba, sarebbe lo stesso che volessi scrivere una lunga storia. Con tutto ciò sarebbe molto più lungo volere ancora riferire tutti quelli casi particolari successi in questa Capitale nel tempo di sei anni, che di continuo se ne danno i suddetti Esercizi ad ogni specie e condizione di gente. Mi contenterò dunque con dire a V.S. qualche cosa delle molte che ho osservato ocularmente nel poco tempo che sono Cappellano di questa Santa Casa degli Esercizi. E sia il gran fervore e l’ansietà di questa gente di fare gli Esercizi Spirituali, senza averli mai raffreddato detto fervore nel decorso di più di sei anni, che si cominciarono a darsi i suddetti Esercizi, come succede anche nelle cose spirituali, e più sante, quando si fanno di continuo. In tutti questi anni si sono fatti gli Esercizi (per quel che mi dicono) sempre e di continuo senz’altro riposo che d’un giorno solo per settimana; e con tutto ciò vedo venire i concorrenti con una premura ed ansietà di farli come se quelli Esercizi fossero i primi o gli ultimi. La prima è il copioso numero dei detti concorrenti. Benché la Casa sia grande e molte le stanze, mai possono bastare per tante persone, che vengono agli Esercizi.
Qualche volta sono stati ad abitare dentro di questa Casa degli Esercizi assieme colli domestici serventi circa cinquecento persone per i dieci giorni degli Esercizi. In questi casi si sono accomodati gli Esercitanti non solo a dormire per terra, e nei corridoi, ma anche nei cortili all’aria scoperta ed all’inclemenza del tempo. Nel breve tempo che sono io il Cappellano hanno fatti gli Esercizi duemila e settecento persone (2700). La seconda è il gran frutto spirituale che si raccoglie di questi Esercizi. Già ho detto sopra in generale le riforme di costumi, le mutazioni di vita, l’estirpazione dei vizi, la conversione dei peccatori, l’esilio della vanità del mondo, ed il miglioramento dello stato sacerdotale, e anche regolare, sperimentati con l’occasione dei Santi Esercizi; adesso però mi contento di dire il frutto quasi istantaneo che ha voluto raccogliere il Paradiso subito dopo degli Esercizi, e del quale sono io medesimo il testimone. Questo frutto è la morte preziosa alla presenza del Signore (secondo quel che crediamo) e morte cagionata del sommo pentimento dei loro peccati in tempo degli Esercizi di tre persone particolari. La prima morì nel medesimo giorno ch’erano terminati gli Esercizi; la seconda parimenti nell’ultimo degli Esercizi; e la terza al secondo giorno dopo che l’aveva fatti. Questi dunque come che erano state prima stata sane e buone di salute, e sono passate all’atra vita dopo fatte le loro confessioni generali, e lasciandoci altri segni niente indifferenti della loro eterna predestinazione; pertanto crediamo che la loro morte sia stata felicissima; e secondo si dice, occasionata dalla grande amarezza concepita negli Esercizi della loro vita anteriore; e dal desiderio veemente di liberarsi dei pericoli di questo mondo, e di consegnare quanto prima il loro spirito al Creatore.
La quarta ed ultima cosa (per finire una volta questa lettera) che voglio farLe notare, perché anche qui si fa a tutti gran specie, e meraviglia, è la sovrabbondanza delle cose per il mantenimento e delle altre spese necessarie di questa Casa degli Esercizi. Una Casa dunque come questa, che non ha entrata nessuna, né nessun assegnamento fisso, e che deve pagare un grosso affitto, e che mantiene a capo dell’anno molte migliaia di persone, senza che nessuno paghi niente, come ha potuto sussistere tanto tempo? Questo è quel che non si può comprendere. Dico di più: che non solo sono ben trattate tutte quante le persone che fanno gli Esercizi, e i domestici, sennonché sempre avanza abbondantemente per fare la carità ai mendici della Città, e per mandare a tutti gli incarcerati, senza moltiplicarsi i pani per miracolo, credo che questo non si potrebbe fare. Succede ancora qualche volta che in questi paesi ed anche in questa Capitale c’è gran carestia di commestibili, massime di carne, con tutto ciò dentro di questa Casa si trova gran abbondanza di tutto. Come può dunque succedere questa cosa, se non si dice che il Signore tiene una provvidenza particolare di questa Santa Casa per la maggior gloria che dà alla sua Divina Maestà. A vista dunque di questi ed altri prodigi, che si vedono in questa Casa, tutti la chiamano generalmente: la Casa della Provvidenza.
Per ultimo Le fo sapere che il 2 febbraio del presente anno doveva partire per Montevideo la Sig.ra Maria Antonia di S. Giuseppe, ed io in compagnia sua, per fondarvi un’altra Casa degli Esercizi, con le barche già all’ordine per il nostro trasporto; ma per supplica particolare del Sig. Viceré alla detta Sig.ra ci siamo trattenuti, sin tanto ché Dio disponga questa gita. Io mi sono sacrificato volentieri al medesimo ministero in questa santa compagnia e credo che V.S. non disapproverà questo mio piacevolissimo sacrificio; anzi sono persuaso che secondo la sua prima vocazione e la premura che mostra nelle sue lettere alla detta Sig.ra per questo ministero, ne avrà una santa invidia.
Mi raccomando al Signore. Aff.mo Fratello Cugino e Servo D. Fr.co de Ur. Cappellano della Casa degli Esercizi.
Traducción al castellano
Buenos Aires, 7 de septiembre de 1786
Padre mío estimadísimo:
Aprovecho la ocasión de encontrarme en esta Ciudad, y en el cargo de Capellán de la Casa de los Ejercicios de la señora María Antonia de San José, para poder gozar de la comunicación por cartas con Vuestra Señoría, desde hace tanto tiempo muy deseada por mí.
Yo vine a esta Capital desde San Jacobo, nuestra Patria, en compañía de una hermana mía por asuntos graves de interés, pero era otro el destino al que me llevaba la Divina Providencia.
Me hallo, pues, actualmente establecido como Capellán de esta Santa Casa de los Ejercicios, habiendo renunciado al Beneficio, o sea, a la Parroquia anexa a la Rectoral de nuestra Patria, donde yo era Párroco, y habiendo también renunciado a las promesas y al honor con que quería llevarme consigo Mons. Don José Antonio de San Alberto en su ascenso del obispado del Tucumán al Arzobispado de la Plata, a donde ya partió.
Agradezco infinitamente a Dios, que por su bondad y misericordia me ha hecho conocer finalmente que son vanos, caducos y engañosos todos los bienes, honores y riquezas de este mundo, y me ha llevado con su gracia a tomar la resolución de no atender más a otra cosa que a la salvación de mi alma y a la de mis prójimos.
Sin embargo, es preciso confesar sinceramente a Vuestra Señoría cuál ha sido la fuente de este desengaño y de todo el bien que he recibido, para mayor gloria del Señor.
No ha sido otra cosa que los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, y el ver y observar los muchos y grandes prodigios que hace la Divina Majestad por medio de esta su Sierva, con el ministerio de estos Santos Ejercicios en esta Capital.
Desde que vine aquí he quedado casi asombrado al ver y observar, en general, la extirpación de casi todos los vicios y pecados que en esta Ciudad dominaban impunemente; al ver con mis propios ojos una casi total reforma del lujo y de la vanidad que reinaba antes en ambos sexos; al ver a muchos jóvenes que, habiendo hecho los mencionados Ejercicios en el más hermoso florecimiento de su juventud, iluminados desde el cielo y desengañados del mundo, abrazan gustosamente la pobreza evangélica; al ver a los seglares mismos, después de los Ejercicios, llevar una vida tan ejemplar que sirven de estímulo a otros para cambiar su vida desordenada; al ver a mujeres del más alto rango, e incluso a aquellas más dadas a la ostentación y a la mayor vanidad del mundo, salir de los Ejercicios y desprenderse públicamente de sus adornos y ornamentos más profanos, llegando a vender sus vestidos de mayor gala; al ver finalmente también en el estado eclesiástico a Canónigos, Curas y todos los demás sacerdotes hacer estos Santos Ejercicios, con un provecho tan particular para sus propias almas, que se puede decir que aspiran ansiosamente a la perfección más sublime, y con tanto bien para el público y los fieles, que como fruto han hecho loables instituciones, como diversas Escuelas de Cristo y de la Buena Muerte, o sean Congregaciones y otros Ejercicios de piedad, donde trabajan dichos sacerdotes con gran fruto de los cristianos en el Servicio Divino.
El ver, pues, y observar personalmente todo esto es lo que me ha movido principalmente a tomar seriamente la resolución que he tomado: no regresar más a la Patria, ni a mi propia casa, ni a mis bienes y parientes; antes bien, enviar de vuelta a mi hermana a su casa, quedando yo solo aquí, como he quedado, con el único fin de consagrar a Dios toda mi vida en el santo ministerio de los Ejercicios Espirituales en compañía de la señora María Antonia de San José.
Si quisiera escribir a Vuestra Señoría en esta ocasión acerca de los otros prodigios obrados por la Divina Omnipotencia por medio de esta su Sierva con los Santos Ejercicios en las demás ciudades de la provincia donde ha hecho su recorrido, o sea, su excursión espiritual —cuales son San Jacobo, San Miguel del Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja y Córdoba— sería lo mismo que querer escribir una larga historia.
Con todo, sería mucho más extenso aún querer referir todos los casos particulares ocurridos en esta Capital en el tiempo de seis años durante los cuales se han dado continuamente dichos Ejercicios a toda clase y condición de gente.
Me contentaré, pues, con decir a Vuestra Señoría algunas cosas de las muchas que he observado con mis propios ojos en el poco tiempo que soy Capellán de esta Santa Casa de los Ejercicios.
La primera es el gran fervor y ansia de esta gente por hacer los Ejercicios Espirituales, sin que ese fervor se haya enfriado en el transcurso de más de seis años desde que comenzaron a darse dichos Ejercicios, como sucede también en las cosas espirituales y más santas cuando se hacen continuamente. En todos estos años se han hecho los Ejercicios (por lo que me dicen) siempre y de continuo, sin otro descanso que un solo día por semana; y con todo ello veo venir a los concurrentes con tal premura y ansia por hacerlos como si fueran los primeros o los últimos.
La primera [cosa notable] es el copioso número de dichos concurrentes.
Aunque la Casa es grande y son muchas las habitaciones, nunca alcanzan para tantas personas que vienen a los Ejercicios.
Algunas veces han llegado a habitar dentro de esta Casa de los Ejercicios, junto con los domésticos sirvientes, cerca de quinientas personas durante los diez días de Ejercicios. En esos casos, los ejercitantes se han acomodado no solo a dormir en el suelo y en los corredores, sino también en los patios al aire libre y a la inclemencia del tiempo.
En el breve tiempo que yo soy Capellán han hecho los Ejercicios dos mil setecientas personas (2700).
La segunda [cosa notable] es el gran fruto espiritual que se recoge de estos Ejercicios.
Ya he dicho más arriba, en general, las reformas de costumbres, los cambios de vida, la extirpación de vicios, la conversión de pecadores, el destierro de la vanidad del mundo y la mejora del estado sacerdotal e incluso del regular, experimentados con ocasión de los Santos Ejercicios.
Ahora, sin embargo, me contento con hablar del fruto casi instantáneo que el Cielo ha querido recoger inmediatamente después de los Ejercicios, y del cual yo mismo soy testigo.
Este fruto es la muerte preciosa ante el Señor (según creemos), muerte ocasionada por el profundo arrepentimiento de sus pecados durante los Ejercicios, de tres personas particulares.
La primera murió el mismo día en que terminaron los Ejercicios; la segunda igualmente en el último día de ellos; y la tercera al segundo día después de haberlos hecho.
Estas personas, que antes estaban sanas y fuertes, pasaron a la otra vida después de haber hecho sus confesiones generales, y dejándonos señales no indiferentes de su eterna predestinación. Así pues, creemos que su muerte ha sido felicísima y, según se dice, causada por la gran amargura concebida durante los Ejercicios por su vida anterior, y por el vehemente deseo de librarse de los peligros de este mundo y entregar cuanto antes su espíritu al Creador.
La cuarta y última cosa (para terminar de una vez esta carta) que quiero hacer notar a Vuestra Señoría, porque aquí también causa gran impresión y maravilla, es la sobreabundancia de bienes para el mantenimiento y demás gastos necesarios de esta Casa de los Ejercicios.
Una Casa como esta, que no tiene ninguna entrada, ni asignación fija, y que debe pagar un elevado alquiler, y que mantiene cada año a muchos miles de personas sin que nadie pague nada… ¿cómo ha podido sostenerse tanto tiempo?
Esto es algo que no se puede comprender.
Digo más: no solo están bien tratadas todas las personas que hacen los Ejercicios y los domésticos, sino que siempre sobra abundantemente para hacer caridad a los mendigos de la Ciudad y para enviar a todos los encarcelados.
Sin multiplicar los panes por milagro, creo que esto no se podría hacer.
Sucede incluso algunas veces que en estos países y aun en esta Capital hay gran escasez de víveres, especialmente de carne; y con todo, dentro de esta Casa se encuentra gran abundancia de todo.
¿Cómo puede suceder esto, si no se dice que el Señor tiene una providencia particular sobre esta Santa Casa por la mayor gloria que ella tributa a su Divina Majestad?
A la vista, pues, de estos y otros prodigios que se ven en esta Casa, todos la llaman comúnmente: la Casa de la Providencia.
Por último, le hago saber que el 2 de febrero del presente año debía partir hacia Montevideo la señora María Antonia de San José, y yo en su compañía, para fundar allí otra Casa de los Ejercicios, con las barcas ya preparadas para nuestro traslado; pero, por súplica particular del señor Virrey a dicha señora, nos hemos detenido, hasta tanto que Dios disponga este viaje.
Yo me he sacrificado gustosamente al mismo ministerio en esta santa compañía, y creo que Vuestra Señoría no desaprobará este agradabilísimo sacrificio mío; antes bien, estoy persuadido de que, según su primera vocación y el empeño que muestra en sus cartas a dicha señora por este ministerio, tendrá por ello una santa envidia.
Me encomiendo al Señor. Afectísimo Hermano, Primo y Siervo Don Francisco de Ur. Capellán de la Casa de los Ejercicios.
Cf. ASR 187-190 (en italiano) y ARSI 176 (en italiano), citada en Gr 30.